“Quiero que algo de mi perdure después de mi muerte”.

Diario de Ana Frank

Amsterdam. Martes 7 de marzo. 19.23 horas.

Había nevado. El frío cortaba la cara como una navaja.  Lo sentía en el cuerpo, en los huesos, en la sangre.  La calle mojada, las lajas de piedra brillando reflejaban la luz que salía de la dependencia.

“Nada de fotos”. 

Traspasé la puerta de entrada.  Se encendió el audio de la guía: “Usted está en la casa de Ana Frank.  A partir de este momento, vamos a sumergirnos en su historia”:

La puerta escondida por la que se accedía a la casa donde estaba la familia de Ana Frank. Casa de Ana Frank. Amsterdam. Marzo 2023.

Ana Frank nació el 12 de junio de 1929, en la ciudad de Fráncfort del Meno. De ascendencia judía y perseguida por los nazis fue escondida, junto a su familia en “la casa de atrás” del taller en donde trabajaba su papá.  Los dueños los mantuvieron ocultos durante dos años hasta que, delatados por un vecino fueron encontrados por soldados de la Gestapo.  Ana escribió su diario y otras historias en un pequeño cuaderno de tela roja, como un modo de enfrentar a la muerte.  “Escribir un diario es una experiencia muy extraña para alguien como yo.  No solo porque no he escrito nada antes, también porque me parece que más adelante ni yo ni nadie estará interesado en las reflexiones de una niña de trece años de edad”. 

Llevada al campo de concentración de Bergen-Belsen, muere en febrero de 1945. El único sobreviviente fue su padre, quien años más tarde decide publicar su obra.

En la experiencia de Ana, la escritura fue una especie de válvula de escape: “si no lo hiciera, me asfixiaría por complejo”, habría escrito.

Éramos esperados sobre la tierra.

Manuscrito de Haigaz Bagdasarian junto a fotografías del Archivo Familiar Bagdasarian. Junio 2021.

María Soledad Bagdasarian encontró los manuscritos de su abuelo Haigaz en el altillo de su casa paterna, en el barrio porteño de Parque Patricios. Haigaz había logrado escapar, de niño, de la matanza perpetrada por los turcos a principios del siglo XX.   De su familia, solo cuatro hermanos sobrevivieron con él.  En un cuaderno Laprida, con prolijas letras armenias había dejado por escrito una suerte de diario personal en donde relataba su travesía por el desierto del Líbano hasta su llegada a la Argentina, pasando por Estados Unidos.

Somos una fundación. La Fundación Kunayan se dedica a recuperar las narraciones y memorias de nuestros pueblos.  Nos gusta contar historias, sobre todo las que nunca serán contadas.  Nada está perdido para la Historia, nos dice Walter Benjamín.  Reivindicar a las víctimas hace que, en algún punto, dejen de morir.  La memoria es una suerte de reparación.  Si no contamos estas historias, si permitimos que caigan en el olvido, jamás dejarán de ser víctimas.  En ese sentido, insiste Benjamin: “…éramos esperados sobre la tierra…”

“La audioguía se detendrá un momento.  Está por entrar en la casa de atrás”.

La temperatura descendió unos grados.  Entré en un cuarto, con una pequeña biblioteca en el fondo que contenía libros contables del taller.  Detrás de esta biblioteca se dejaba entrever una pequeña abertura de unos 70 cm de ancho.  Más que puerta, un pasadizo: estábamos entrando en la casa de atrás.  Una escalera muy empinada nos dejó en un  cuarto de seis por dos metros.  Allí Ana escribió sus memorias. “Tengo ganas de escribir y aún más de sondear mi corazón sobre toda clase de cosas. Al escribir puedo plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías. Puedo deshacerme de todo cuando escribo: mis dolores desaparecen, mi valor renace”.

Fotografía de Haigaz Bagdasarian en los campamentos de Siria antes de llegar a Argentina. 1937. Archivo Familia Bagdasarian.

Escribir como un acto de esperanza. Al momento de recluirse en la casa de atrás, Ana no llevó más que unos cuadernos y sus lápices: “los recuerdos significan para mí, más que los vestidos”, dirá.

Salgo del edificio.  El frío de Ámsterdam me envuelve otra vez.  Solo quiero llegar cuanto antes al hotel para poder escribir todo.  Busco en el celular alguna imagen: claro, “nada de fotos”, recuerdo.  Y entonces eso obliga a mantener encendido el recuerdo como una brasita, a cubrirlo con la mano para que no se apague.  A ponerlo todo por escrito, rápido y en detalle.  A escribir las memorias como bandera, antorcha o faro para que, quienes vienen con nosotros (y detrás también), se topen con la inexorable certeza de que no todo está perdido.

Juan Bernal

Marzo 2023.